Ascenso al nevado de Santa Isabel en solitario
La reciente historia trágica de un montañista que muere
intentando subir al nevado del Tolima, me trajo aquel recuerdo de la ingrata,
pero a la vez triunfal y sufrido ascenso, que hice al Paramillo del Quindío sin
el equipo adecuado hace ya bastantes años, pero había que aprovechar el dia
despejado. Casi nunca se tiene esa fortuna.
El mejor ascenso es cogerlo por el lomo o la cresta sur, o por el sendero que viene de "El Bosque" |
Creo que demoré tres horas tratando de alcanzar la cima en medio de una arena blanda y mojada que se me enterraba hasta el tobillo.
Ya vamos llegando... solo faltan 300 metros |
Confieso que subí gatiando, pero llegué haciendo la ruta más difícil para conquistar una mole de arena y piedra fina que rechazaba mi presencia haciéndome resbalar una y mil veces.
Esta aventura la trajo a mi memoria la trágica
experiencia de Kevin, un montañista joven y bien preparado que quiso con su novia,
conquistar la cima del Nevado del Tolima.
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Mi segunda visita al Paramillo del Quindío. Gatiando también se sube al cielo. Mire y verá |
No son comparables el Paramillo del Quindío frente al peligroso Nevado del Tolima, pero para llegar a él, hay que subir por la ruta del Paramillo del Quindío.
Por fin la tan anhelada cima a 4.750 mts. en la cima del Paramillo del Quindío ¿Ya me identificaron? |
Justo después de pasar por esta ruta, Kevin, que venía tosiendo y adoleciendo ya de una fuerte gripa, que puede convertirse rápidamente en pulmonía debido al frío y la fatiga, le hizo sucumbir en su noble hazaña de conquistar el Nevado del Tolima.
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En el cráter espumoso de lava en la profundidades del Nevado del Ruiz, dos años antes de Armero. Pero esta es otra historia que luego les contaré |
Para quienes gustan de estas experiencias y aventuras,
les dejo aquí el enlace trágico de su historia, provocada por la irresponsabilidad
de un supuesto guía, al que solo le importaba más el dinero, según se desprende
del relato de su novia.
Y también me viene al recuerdo las advertencias de Chepe,
el esposo de mi tía Ana María en Pereira, que nos advertía de los peligros de
andar de aventuras por el Parque Nacional los Nevados.
Este parque, que atrae con su fascinante belleza a
propios y extraños, no deja de tener sus mortales trampas con sus cimas
nevadas. Lo que pasa es que no cuentan porque a los negociantes y propietarios
de esas fincas les afecta su negocio (fincas la Primavera y El Silencio).
Nevado de Santa Isabel |
“Conozco el caso de gente que la coge el soroche, el dolor de cabeza intenso y ganas de vomitar. Si no se regresan de inmediato e insisten en seguir, los coge de su cuenta una pulmonía de las que muy pocos salen vivos”.
Ese parece que fue el caso de Kevin.
Claro que uno a los 38 o 40 años entre más peligrosa se
muestre la aventura más atractiva se pone la diversión.
No en vano me recorrí, unas veces acompañado y otras en solitario, cerca de 12 veces el Parque Nacional los Nevados, incluidas las cumbres del Ruiz, el Paramillo del Quindío y el nevado de Santa Isabel.
Nunca tuvimos el equipo adecuado ni un guía. En esa época
el Parque Nacional Los Nevados era libre. Ahora los guías parecen más un
vigilante que otra cosa y a veces con fastidiosa arrogancia, además del negocio
en que se han convertido estos recorridos.
Les dejo unas fotos testimonio de nuestro pobre “equipo
de carretera” y nuestro principal aliado que era el coraje de subir adonde muy
pocos llegaban.
Dentro de esas aventuras, llegué a dormir en solitario al pie del Nevado de Santa Isabel, sin colchón aislante y un pobre saco de dormir que no calentaba ni a una lagartija. Casi me muero de frio. Creo que alcancé a dormir dos horas y con desespero veía el reloj cada hora hasta que por fin dieron las cinco de la mañana.
A esa hora comencé a caminar hacia la nieve, sin ruta ni
mapas, sin GPS ni celulares que no los habían inventado. Mi única herramienta
de escalar era un cuchillo de cacería medio oxidado que siempre me sirvió como
“piolet”, guantes y gorro de lana. Me faltó poco para la cima. Las grietas cada
vez más desafiantes y la niebla que comenzaba a caer, me obligaron a regresar.
Pero le prometí a mi nevado que volvería en otra ocasión.
Seis horas después estaba en la laguna del Otún con la
sonrisa de un escalador solitario, que sobrevivió a tan atrevida aventura. Mire
y verá.
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